En esta especie de reportaje por entregas
que estoy haciendo de las diferentes etapas por las que pasa un libro (y al
mismo tiempo, su autor), hoy voy a hablar de la portada: El traje a medida –
casi prefiero decir vestido, que suena más glamouroso – con el que el libro
será presentado en sociedad y transitará por las mesas de novedades de las
librerías. Huelga decir que este envoltorio es muy importante. La portada y el
título son lo que nos hace fijarnos en un libro cuando lo vemos expuesto entre
otros muchos que compiten por llamar nuestra atención. A veces compramos una
novela estimulados por la publicidad que se hace de ella. Otras lo hacemos
guiados por una buena reseña, o por las recomendaciones de los que ya la han
leído - el famoso boca-oreja. Pero también se da el caso (yo lo hago muy a
menudo) de que entramos en una librería con afán de descubrir algo nuevo, de
explorar por el simple placer de hacerlo. Entonces deambulamos entre sus mesas
de novedades sin una idea preestablecida, sólo contemplando las portadas y
leyendo los títulos, hasta que por fin, se produce el flechazo. Entre tantas
novelas, de repente nos hemos prendado de una porque su título o su portada – o
ambas cosas – nos atraen con fuerza. En el fondo, ni siquiera sabemos por qué.
Solo intuimos que es EL LIBRO, el que buscábamos, el que ha despertado en
nuestro subconsciente el impulso de sacarlo del montón, de darle la vuelta y de
leer la contraportada. Si ésta nos sugiere una buena historia, lo abrimos para
hacerle catas y si después de eso, la novela nos sigue seduciendo, la compramos
sin pensárnoslo más.
Eso es lo que consiguen una buena portada
y un título atrayente. Un amor a primera vista. El clásico flechazo. Por
supuesto, el exterior tiene que ir en consonancia con el interior, o el
enamoramiento se desvanecerá tan deprisa como llegó. Es como si nos prendáramos
de un hombre guapísimo atribuyéndole un montón de virtudes y al hablar con él y
conocerle más a fondo, descubriéramos que no es como creíamos. A lo mejor, ni
siquiera es una mala persona, ni un patán, ni pelma, solo ocurre que no
corresponde a la idea que nos hicimos de él y deja de gustarnos.
Del mismo modo nos podemos sentir muy
desengañados con un libro cuya portada o cuyo título nos hicieron esperar una
historia que no es la que después nos encontraremos entre sus páginas. Por eso
es tan importante que la portada se ajuste como un guante a la historia que
debe vestir. Igual que la ropa que elegimos debe adaptarse a nuestra forma de
ser para que no demos la impresión de ir disfrazados por la vida.
Y por fin, después de tan sesuda
reflexión, aquí está la portada de El sueño de las Antillas, lista para vestir
a mi libro cuando desfile el 4 de abril por la alfombra roja de las mesas de
novedades. Espero que os guste tanto como a mí, que me tiene enamoradísima.